sábado, mayo 14, 2011

Fuego en la lluvia

Siguieron hablando durante toda la noche, desnudos y abrazados en la cama de él. Habían alcanzado un grado de intimidad tal que los silencios eran a veces más elocuentes que las palabras, las caricias más expresivas que las declaraciones de amor. Hablaron durante horas, mientras el tiempo pasaba lentamente, mientras la noche se convertía en madrugada, hasta que se durmieron con las primeras luces del alba, ella con su cabeza apoyada en el pecho de él, acunada por el rítmico y poderoso latir de su corazón.

Se habían encontrado por casualidad la tarde anterior, en la estación de autobuses del pueblo, él llegando de la capital donde trabajaba de lunes a viernes, ella tomando un coche hacia su casa, en las afueras del pueblo. Se habían reconocido casi al instante, y la vieja atracción había renacido, avivando brasas antiguas y poderosas. Esa noche la habían pasado en un hotel en los suburbios, incapaces de contenerse y deseosos de intimidad. Las viejas bromas habían vuelto a surgir, una excusa para acercarse el uno al otro, un pretexto que les ayudó a besarse la primera vez, y la segunda y la tercera…

Clara despertó unas horas después, con el cuerpo dolorido por la noche anterior, y sola. Buscó con la mano y con la mirada su presencia en la cama, y sólo pudo captar el leve olor de su cuerpo, algo más intenso en la almohada. Comprendiendo que él se había marchado, Clara se abrazó a la almohada, aspirando de nuevo su aroma mientras las lágrimas caían sobre el tejido…

Él, mientras tanto, caminaba por el pueblo, incapaz de dormir, de acallar su corazón ante el cuerpo dulce y hermoso de Clara; había salido de la habitación para dejarla descansar, una vez que había comprobado que el sueño le rehuía cuando estaba con ella, deseoso de grabar y retener cada momento. Los leves movimientos de su cuerpo, los ligeros espasmos que la sacudían antes de dormirse profundamente le habían parecido demasiado preciosos como para estropearlos con su presencia en esa estrecha cama de hotel barato.

Se volvieron a encontrar en el desayuno. Clara vestía un sencillo un pantalón vaquero y una camisa a juego con sus ojos azabache, él con el sueño aún pegado a sus pestañas y el corazón galopando al ver su belleza. Después de desayunar salieron de la mano a recorrer la zona, subidos en el coche que él había alquilado el día anterior. Pararon en una playa escondida, donde pasearon abrazados durante largo rato; el permanecía en silencio, observando el mar, pensando en las horas que habían pasado juntos, en las horas que les quedaban, al mismo tiempo que era consciente de su cuerpo a su lado, del calor de su piel, del roce de sus labios cuando se besaban…

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