sábado, junio 25, 2011

Sobre aguas turbulentas

El puente fue construido por los romanos en tiempos de Augusto, consiguiendo así el control efectivo sobre el vado que desde tiempo inmemorial existía en ese lugar, punto clave entre las rutas del norte y sur. A su alrededor creció la ciudad, primero como un conjunto de villas y calles siguiendo la ordenada cuadrícula romana, y de forma desordenada tras la caída del imperio, siempre bajo la cobertura de las viejas murallas hasta bien entrado el siglo XVI, en que fueron engullidas por el desarrollo urbano.

El puente original había resistido más de dos mil años, como principal y en ocasiones única vía de paso entre las ciudades y llanuras del sur y las tierras ricas en oro y otros minerales de las montañas del norte. Gracias a él la ciudad había prosperado a través de guerras, hambrunas, pestes y revoluciones, pero no había podido aguantar el paso del tiempo y los grandes camiones actuales, por lo que hace unos años se construyó un puente más moderno y resistente a unos metros al norte, por el que en la actualidad circulan trenes y coches.

El viejo puente ha quedado para uso peatonal, uniendo la parte antigua e histórica de la ciudad con los nuevos barrios surgidos a finales del siglo XX. Es una construcción de aspecto macizo, funcional, con doce arcos de medio punto que habían sido restaurados y reconstruidos en parte después de las guerras napoleónicas. Construidos con sillares de piedra de la cercana Sierra de las Culebras, los pilares centrales tienen amplios tajamares que les protegen de las crecidas primaverales, mientras los pilares de los extremos son grandes construcciones cuadradas de bloques simétricos y bien cementados. La calzada estaba enlosada y ligeramente inclinada, protegida por parapetos a los que se les había añadido unas pequeñas torres en la Edad Media, para el cobro del peaje de paso, y que en la actualidad constituían uno de los miradores más frecuentados de la ciudad.

Yo suelo pasear por él casi todos los días, de paso a mi puesto de trabajo en la Universidad desde mi hogar en la pensión en la que me alojo. Siempre con prisas, pensando en los exámenes, en las próximas oposiciones o, simplemente, luchando contra el tiempo inclemente de esta ciudad, nunca me había fijado en él hasta esta clara mañana de verano. Hoy he salido a caminar, aprovechando un día de luz y temperaturas frescas, poco habitual en estas fechas, en las que el receso de la actividad estudiantil me permite relajarme más de lo normal.

Camino por la calle principal de la parte nueva, a pocos metros de mi pensión, en dirección al puente. Durante mi paseo veo gran número de parejas jóvenes con hijos pequeños, a los que llevan en brazos o en coches infantiles; son parejas orgullosas, llenas de vida y amor, con unos niños hermosos y sanos, aprovechando la mañana de asueto para respirar y tomar el aire y el sol.

La entrada al puente estaba antaño protegida por dos torres a ambos lados, de las que en la actualidad apenas quedan unos sillares desgastados, que dan paso a las ruinas de las defensas inferiores. Por la calzada ya circulan grupos de personas, algunos deportistas en su fase final de la rutina diaria y varios grupos con niños corriendo de un lado a otro, asomándose a los parapetos, tirando piedras al rio o a los árboles que se alzan en esta parte de la orilla poco profunda. Los gritos de advertencia de las madres se confunden con los de excitación de la chavalería, que tira palos para observar como los arrastra la corriente por el otro lado.

Mientras sigo caminando veo a un halcón sobrevolar el puente, perseguido por un grupo de vencejos, seguramente protegiendo a su prole, en sus nidos bajo los arcos semicirculares, hechos con el barro de las orillas. Voy llegando a las torres de peaje, a los miradores, a esta hora ocupados por parejas: parejas de adolescentes, parejas de jóvenes sentados en los bancos de piedra puestos por el ayuntamiento, besándose, hablando o simplemente contemplando el paso del río mientras disfrutan de la compañía el uno del otro. El puente siempre fue un lugar de enamorados…

Las familias madrugadoras, las que salieron temprano con sus hijos a pasear, vuelven ahora a sus hogares, con los niños durmiendo la siesta en sus coches, o en los brazos de los abnegados padres. Me cruzo con ellos mientras me dirijo a la parte final del puente, la más restaurada, lo que se demuestra en el color más claro de los sillares, en sus ángulos más rectos, menos erosionados por el tiempo. Hombres y mujeres en edad madura aparecen ahora ante mi vista, deambulando de la mano o uno al lado del otro, conversando, en ocasiones discutiendo, ajenos a la luz de la mañana reflejada en el río y a todo lo que les rodea. Me cruzo con algún caminante solitario como yo, nuestras miradas se suelen entrelazar por un instante antes de seguir nuestros respectivos pasos, que en este momento me guían hasta la torre de entrada a la ciudad.

Esta conserva casi toda la estructura original, embellecida en la restauración del siglo XIX con una hermosa puerta y una amplia avenida arbolada hasta las primeras calles de la parte histórica. Es esta una zona en la que los jubilados gustan de pasar las mañanas, al frescor de los arboles, sentados en los bancos de hierro forjado y conversando con sus iguales, o simplemente dejando pasar el tiempo. Muchas veces he visto a algún anciano sentado en un banco solitario, apoyado en su bastón y con la mirada perdida en sus recuerdos, mientras cruzaba la avenida en dirección a la ciudad, a perderme en sus calles. El puente siempre ha sido un lugar para la memoria…

1 comentario:

Candas dijo...

Me gustaría conocer ese puente y también la ciudad sobre la que se asienta, aunque, en este momento, puedo decir que ya lo he hecho, que vengo de pasear por él, de saber un poco más de su historia, que vengo de admirar su belleza, que me he cruzado por él con la gente que lo cruza, que lo visita, que lo disfruta...
Gracias Huelquén, contigo es muy facil viajar sin moverse de casa.