sábado, febrero 18, 2012

Canción de almendras (I)

La habitación estaba oscura. No era el más recomendable de los vecindarios, había pasado la mañana entrando en tabernas y tugurios, preguntando de forma velada, pagando rondas a tipos con los que no iría ni a mi entierro, adentrándome cada vez más en la zona más tétrica y de peor reputación de la parte baja de Kadath. El barrio de Skelos se encontraba pegado a la montaña, sus calles estrechas y sinuosas apenas recibían luz del sol en los días de invierno, y se decía que algunas de sus casas tenían más estancias subterráneas que el gran Palacio de Gobierno.

Había ido allí solo, sin Pandora. La presencia de una mujer como ella, joven, limpia y con un cuchillo mortal en la bota, podría causarme muchos problemas, especialmente si alguno de estos cafres intentaba meterle mano. Además, la persona que estaba buscando era famosa por su poco interés por el sexo femenino, y creía que solo tendría más posibilidades de obtener aquello que buscaba.

La casa que resultó ser mi destino no destacaba del resto de la barriada: sucia, con los cristales de las escasas ventanas tan llenos de mugre que prácticamente no se diferenciaban de los muros, montones de basura acumulados en sus esquinas, apenas un farol diminuto iluminaba su entrada… Sin embargo, yo sabía que era una fachada, el interior era muy distinto, acorde con el status de su dueño.

Nadie recordaba los orígenes de Rimak, aunque los rumores eran variados. Algunos decían que era un mago que había descubierto el secreto de la vida eterna, absorbiendo la vida de cuerpos jóvenes y robustos; según otros rumores era un ángel caído, una de esas tristes y magníficas criaturas de poder y gloria, mensajeros de los dioses, que por razones oscuras había quedado atrapado en este plano de existencia; otros, que era un semidiós, un inmortal que cambiaba de forma cada cierto tiempo, manteniendo su posición de poder como señor de los bajos fondos de la ciudad. Los más enterados no preguntaban por su origen; sabían que era uno de los poderes de la región, si no la persona más poderosa de esa parte del mundo. Nada se hacía en las altas esferas sin su consentimiento, ningún tratado entre países se firmaba sin que él opinara, las grandes compañías le pagaban tributo religiosamente… Se decía entre susurros que incluso los dioses le consultaban en algunos asuntos mortales…

Tras cruzar la puerta me encontré en un pequeño recibidor de paredes forradas de madera, donde dejé mi abrigo y se me cacheó concienzudamente, mientras una pareja de ogros montaba guardia a mi lado, presta a destruirme si hacía algún movimiento inesperado. Una vez comprobaron que era inofensivo, me hicieron pasar a una estancia más amplia, caldeada con una gran chimenea que ardía alegremente en una de sus esquinas. Juegos de luces y velas la iluminaban, haciendo que la claridad fuera casi dolorosa después de la oscuridad de las últimas horas. En sus paredes había gran cantidad de cuadros y reliquias: una piel de cabra dorada, una pequeña copa de alabastro, un yelmo de coral negro, un libro abierto en una página que mostraba un dibujo que no pude llegar a identificar, el retrato de una mujer de piel blanca y cabellos rojos como el atardecer, una espada… La gran sala estaba atestada de estos objetos, dejando apenas un pequeño espacio que marcaba el camino que había que seguir.

Recuerdo que la primera vez que vine estuve varios minutos con la boca abierta, asombrado por la riqueza y valor de esas ‘bagatelas’, como las llamaba su dueño, hasta que una voz clara me sacó de mi estado: “Cierra la boca o te entrarán moscas, peregrino”. Así fue cómo me saludó ahora de nuevo Rimak, levantándose del mullido sillón junto a la chimenea en el que había estado mientras me acercaba, mirándome divertido.

2 comentarios:

Candas dijo...

De repente me he vuelto 'Oráculo', y predigo y veo una historia de lo más interesante en este maravilloso blog :)

Anónimo dijo...

Hay que tirarte de la orejas para que te pongas a escribir?? Me alegro que alguien lo haya hecho. Me gustan tus relatos.