viernes, mayo 04, 2012

Dientes en el alma


Podría ser una tormenta nocturna de verano vista a cámara rápida: las nubes crecen y se desarrollan a velocidad de vértigo, cambiando su forma y color de acuerdo con los caprichos del viento, mientras los relámpagos cruzan los cielos, iluminando la noche como si fuera pleno mediodía. Si escuchas con atención, el sonido de los truenos se asemeja a una voz, a palabras dichas con furia y poder, con el coro de las montañas como fondo…

Perseo dormía tumbado contra el derruido muro de una casa, en un poblado cerca de la frontera del Imperio Chino. Llevaban viajando varios días, y habían cruzado ya gran parte del camino que debían recorrer, y a pesar de que hasta ahora el trayecto había sido casi sin problemas, se sentía agotado. Habían llegado a ese pequeño pueblo, en las faldas de las Montañas Ciclópeas, buscando un lugar donde poder reponer sus reservas de agua, y la suerte les había sido favorable: el pozo del lugar aún mantenía un pequeño estanque de aguas claras y frescas, aunque no había nadie en los alrededores para conservarlo a salvo de las tormentas de arena.

Podría ser el fondo de un arrecife, durante una pleamar portentosa: las olas rugen desde el abismo, e incontables miles de toneladas de agua chocan contra las rocas, provocando miríadas de burbujas, que ascienden hasta la superficie. Si escuchas con atención, el sonido de esas burbujas mientras recorren y atraviesan los corales se asemeja a una voz, a palabras dichas con calma y serenidad, a pesar de la fuerza con que se expresan…

Estaba inquieto. En su duermevela Perseo se movía sin descanso, luchando por alejar a los fantasmas que le acosaban en su sueño. Pandora se encontraba a su lado, mientras Manhú hacía la primera guardia de la noche. Los ojos de la mujer no se despegaban de su compañero, tal vez escudriñando sus gestos, intentando descubrir contra qué o quién estaba luchando. Nada en su expresión o sus gestos permitía adivinar sus pensamientos. Al cabo de un rato, acarició la frente de Perseo con una mano fresca y suave, y los sueños del hombre se aquietaron, su respiración se calmó y descansó profundamente…

Podría ser la noche más oscura en el interior de una caverna sombría: no hay ninguna luz, ningún calor que puedas obtener de la fría tierra, sólo soledad y silencio. Sin embargo, si escuchas con atención, podrás entender sonidos que surgen del suelo, crujidos y murmullos cuando las grandes rocas se alinean y conversan entre sí, siseos de animales ocultos, el silbido de un viento gélido que no puede existir aquí abajo, palabras que se dicen para ser temidas y escuchadas…

El ruido del trueno aún reverberaba en las paredes negras de Kadath cuando Briseida despertó bañada en sudor. Un escalofrío recorrió su cuerpo, e instintivamente buscó una manta para cubrirse. Las brasas que permanecían vivas en la hoguera daban una cierta luz a la habitación, pero sus pupilas dilatadas tardaron todavía un rato en acostumbrarse a la misma. Estaba ciega. No importaba. Lo que el oráculo mayor había visto y escuchado no estaba entre esas cuatro paredes…

Se vistió deprisa y mandó llamar a un sirviente. Era urgente que el consejo de la ciudad tuviera noticia del mensaje que los dioses le habían enviado en sueños, de las tres palabras que había escuchados de sus labios divinos, pronunciada con temor, ¿con miedo tal vez?

Pandora ha despertado…

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