lunes, mayo 06, 2013

Como el agua y la arena

Me esperaba en la habitación de aquel viejo hostal, durmiendo en la cama. No me sintió llegar, mis pasos silenciosos me acercaron a ella. Permanecí unos instantes observando su rostro, sereno, tranquilo, lejos ya la preocupación y la ansiedad que la dominaban cuando la conocí. Teniendo cuidado de no despertarla al apoyarme en el colchón me agaché y comencé a acariciarla…

Reaccionó al tercer o cuarto beso, abriendo sus ojos tristes, adormilada aún, mientras yo seguía besando su cara, su cuello, sus labios… Poco a poco entró en el juego, echando sus brazos alrededor de mi cuello y devolviendo mis caricias al tiempo que me ayudaba a quitarme la camisa.

Poco después estábamos desnudos bajo las sabanas, a cubierto de los mosquitos gracias a un antiguo aparato de aire acondicionado, que nos libraba tanto de las picaduras como del agobio de la noche tropical. Desnudos nos acariciamos, desnudos nos besamos, su aroma a tabaco y cerezas me intrigaba y al mismo tiempo me fascinaba, haciendo que mis labios recorrieran su cuerpo buscando el origen de ese perfume….
En un momento dado se subió encima de mí, su cuerpo joven y suave apretando mi hombría, dura y deseosa. “Quieto” me dijo, con cierta impaciencia, cuando traté de alcanzar sus pezones con mis manos, y yo la obedecí. Comenzó entonces a moverse rítmicamente, hacia delante y atrás, mientras entrecerraba los ojos. Yo podía observar cómo se iba excitando poco a poco, sus pechos se endurecían, sus pezones se marcaban, sus gemidos aumentaban…

Entonces me di cuenta que me usaba para su placer, empleaba mi cuerpo para obtener goce y disfrute, no le importaba si era yo o cualquier otro. Es ese momento no valían para nada los paseos, las caricias en el bar, los besos en el bosque, los murmullos y susurros, nada… Y me pregunté quién ofrecía realmente su cuerpo, ella o yo…

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