jueves, diciembre 08, 2011

In pacem coelo (I)

Las hojas de castaños y abedules corrían por el parque, chocando con el padre Elías mientras caminaba cansinamente hacia la pequeña parroquia de San Mallan. Los bajos de su sotana barrían los restos del otoño, sus cortos pasos le llevaban hacia la entrada de la capilla donde ya le esperaba el grupo habitual de beatas, algunas ya con el rosario en la mano para ir adelantando tiempo mientras criticaban a medio pueblo. La llegada del cura rompió esas conversaciones, y tras unas pequeñas formalidades y saludos, el párroco abrió la puerta de la iglesia con una gran llave de hierro que llevaba colgando bajo la sotana. Las mujeres entraron en la nave, oscura y fría, y ocuparon los lugares habituales, luchando fieramente en silencio por conservar sus puestos.

El padre Elías entró en la sacristía, donde uno de los monaguillos ya tenía preparada el alba para la ceremonia, mientras el otro estaba sacando la casulla morada, que mostraba en algunas partes los muchos años de uso. Con algunos comentarios banales sobre el tiempo e instrucciones acerca del orden de la misa el sacerdote terminó de vestirse, entrando en la nave para comenzar el oficio.

Mientras comenzaba el rezo observaba a su parroquia, todas mujeres mayores, solo aquellas capaces de dejar el calor del hogar en aquella fría tarde para ir a la iglesia. Sabía que casi todas lo hacían únicamente para que se las viera y se comentara su fe, sus buenos sentimientos, aumentando así su reputación en el pueblo.

En esas estaba cuando observó cómo una persona rezagada entraba en el templo, dejando entrar un poco más del gélido aire serrano del que se colaba por los resquicios y agujeros del artesonado. Un hombre alto, cubierto con una capa larga y recia, que se santiguó y se arrodilló en uno de los últimos bancos, sin quitarse la capucha que cubría su cabeza. El padre Elías llevaba muchos años como párroco local, conocía a toda su feligresía, a muchos de los cuales había bautizado, confirmado, casado e incluso enterrado, y estaba seguro que el hombre no era del pueblo ni de sus alrededores.

Mientras celebraba la eucaristía pensaba en el extraño, y en el negocio que le podía traer a su pequeña ermita. El hombre permaneció en silencio, arrodillado y en actitud de rezo, durante toda la misa. Ni siquiera mostró el rostro cuando el padre levantó la hostia y procedió a la comunión con sus beatas; permaneció en la semipenumbra de los últimos bancos, incluso cuando terminó la ceremonia y las mujeres salieron en pequeños grupos, protegiéndose unas de otras del viento y del desconocido que no las miraba al salir.

El padre Elías se sentía más cansado de lo habitual, y tras quitarse las prendas sacerdotales con ayuda de los monaguillos y guardarlas en sus arcones, permaneció unos minutos en soledad en el interior de la vicaría, ordenando sus pensamientos y su corazón.

Finalmente salió a la nave principal, cerrando la puerta de la sacristía con su llave, siempre colgada de su cinturón. El extraño permanecía en actitud de rezo en el mismo lugar, aparentemente sin cambios y ajeno a su presencia. El sacerdote le observó durante unos instantes. Con sus pequeños pasos se acercó al forastero.

"Hijo, ¿puedo ayudarte en algo? El horario de confesión es por la mañana, pero puedo escucharte si lo necesitas."

5 comentarios:

Candas dijo...

Dominas bien el género de la intriga, pero teniendo en cuenta que es tu día a día... ...
Me mantengo a la espera de las próximas entregas.

Paine dijo...

Sin saber como empezar,se levantó, lo miró con profunda tristeza y le dijo: "Disculpe padre, huí pensando en encontrar consuelo aquí pero la culpa me persigue..."

Candas dijo...

Continúa este relato como solo tú sabes, Huelquén...

Paine dijo...

Síiiiiii. Vamos que se va el treeennn.

Candas dijo...

A los que vamos en el mismo vagón, que salga el tren antes o después nos la trae floja.