lunes, junio 24, 2013

Recuerdos de la existencia

Los polvorientos diarios habían aparecido al limpiar el trastero, entre grandes cajas rellenas de ropas pasadas de moda pero pulcramente dobladas y montones de revistas y papeles. Los había encontrado Elsa, y todos los hermanos se habían acercado curiosos, pues ninguno conocía la existencia de esos documentos, era una forma más en que podrían conocer al viejo tío, siempre huraño y solitario, siempre vestido de negro y con un gato en su regazo.

Decidieron leer conjuntamente los diarios en las pausas que realizasen para descansar. Todos se habían tomado unos días libres para ayudar en la tarea de sacar y clasificar los miles de objetos que su tío atesoraba en la casa de campo, después de descubrir que la casa y todo su contenido había sido legado a un fideicomiso en el que todos tenían participación, a pesar de que ninguno de ellos había tenido mucho trato con el anciano en los últimos años.

La casa estaba situada en lo alto de una pequeña colina, con una magnifica vista sobre los viñedos que inundaban el valle, protegida del viento por una hilera de olmos y con un manantial que nacía apenas unos metros más abajo y del que se surtía la propiedad. En ella había vivido su tío Giulio durante casi treinta años, desde que llegó al país para ‘descansar y tomar aliento’, según contaba él mismo cuando le preguntaban.

Hicieron un primer descanso a mediodía y de los maleteros de los coches sacaron fiambre, vino, pan comprado en el pueblo esa mañana, algunas manzanas… Mientras las chicas colocaban cubiertos y vasos en la mesa de roble que miraba sobre las vides, Ramón y Lucas bajaron con unas botellas a la fuente de piedra, para llenarlas con el agua fresca y pura que surgía de ella. Una vez saciada un poco el hambre, y ‘para hacer algo de vida monástica’ como ironizó Irene, comenzaron la lectura de los diarios, por un tomo al azar…

“No soy una buena persona. La gente me dice que sí, que soy amable, cariñoso, buen esposo y padre, pero yo no me considero una buena persona. Tal vez me exijo demasiado. Encuentro que mi pecado particular es el egoísmo…”

Durante un par de horas estuvieron leyendo cómo su tío desgranaba los acontecimientos que le llevaron a separarse de su mujer, las discusiones, la vergüenza, el miedo a la soledad y finalmente la separación y su aceptación inevitable. Era una historia conocida por todos ellos, pero los detalles íntimos que desvelaban los diarios les hacían sentirse incómodos ante la sinceridad, por lo que todos agradecieron la sugerencia de seguir clasificando enseres cuando uno de ellos la lanzó al aire. 

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