viernes, junio 07, 2013

Soñar a deshoras

Camino de regreso a mi trabajo, en una calurosa tarde, y mientras escucho a Manolo García dejo que mis otros sentidos se empapen de lo que ocurre a mi alrededor: el olor de la fritanga y las famosas croquetas de Maya, cuando paso por el bar y su puerta siempre abierta, siempre invitando; los miles de tonos de verde que me regalan los árboles del parque, tan distintos, tan iguales; la piedra rugosa de la pared de la clínica, que recibe mis manos como cada día, mis dedos sintiendo el frescor que emite el muro hasta ahora en sombras…

Suelo cruzarme durante mi ruta con varias personas, habituales que parece que me esperan o que están ahí para darme un valor del tiempo, como la niña que llega siempre temprano a las clases del instituto y que me da la hora sin quererlo: sólo la veo cuando voy muy retrasado en mi horario y coincidimos en la calle del centro escolar. Más a menudo me encuentro con Carlos, el camarero del Naranjo, un bar que me recibe en ocasiones al volver de la oficina, fumando un pito en medio de su jornada; su saludo siempre es afectuoso y mi respuesta agradecida.

Sobre los tejados se escapa la tarde…

Esa joven que espera sentada en la puerta me mira sorprendida, no comprende cómo un hombre canoso y evidentemente mayor, muy mayor para sus escasas primaveras, pueda ir cantando bajito por la calle, tal vez esté loco… La miro y la sonrío, y ella me devuelve la sonrisa, ¿aliviada? Nunca lo sabré.

Cruzando el parque reduzco mi ritmo, me gusta pasear bajito por los caminos de hierba, cruzar las pequeñas praderas donde los perros se bañarán en verde en unas pocas horas, levantar la mano para tocar esas hojas llenas de vida, intentar que los gorriones no se espanten cuando mi mirada les dispare sus plumas, quiero, en fin, permanecer, lo más posible en ese lugar verde y lleno de oxígeno antes de cruzar su puerta, piedra antigua y serena, grafitis modernos y sin sentido, ganas de adolescentes de regresar a una manada que ya no existe, cruzar la puerta hacia el mundo moderno y contaminado, con ruido, con gente en las terrazas hablando en voz alta por teléfono, como si quisieran llegar con su tono al otro lado de la línea sin pagar por ella, niños jugando al balón en los soportales, con el uniforme del colegio aún puesto, niñas que juegan también y gritan alegres…

Finalmente, llego al edificio de oficinas en el que se encuentra mi trabajo y apago la música que he venido escuchando todo el camino. La gran puerta metálica sirve de barrera entre el mundo de afuera y el interior, aire acondicionado lleno del polvo de gente deshaciéndose en rutina y luchando para evitarlo…


Un día más, sueño a deshoras…

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