sábado, julio 16, 2011

Defenders of the Earth

Se sentaba en el borde del precipicio, viendo como las aves pasaban por debajo de él, mientras el viento intentaba someterle, hacerle caer a ese abismo que hacía apenas unas horas desconocía. Había llegado en un viejo jeep alquilado, después de bordear la caldera del volcán apagado durante varios kilómetros, por sendas ya bastante poco transitadas. El viento formaba pequeñas olas en la laguna que ocupaba el cráter, y algunas rachas le obligaban a apretar el volante con firmeza.

El sol todavía estaba alto cuando llego a la destartalada cabaña. Le gustaba ese lugar. Pasaba una larga temporada en esa choza todos los años, lejos de la civilización, cortando leña, siguiendo el ritmo del sol, cocinando lo que podía cazar o recolectar... Ese año lo necesitaba más que nunca. El divorcio le había costado mucho, tanto emocional como económicamente; necesitaba cargar las pilas, relajarse, olvidarse de todo y de todos.

La vio al tercer día, apenas una sombra blanca por el rabillo del ojo mientras paseaba por el bosque. Conocía ese bosque. Caminaba por él desde hacía años, y pocas criaturas le eran desconocidas. No era el típico habitante de ciudad trasplantado en plena naturaleza, temeroso y huidizo; cazaba y mataba, y sabía lo que se podía encontrar entre los árboles. Aquella fugaz visión, apenas vislumbrada, no encajaba en nada de lo que había visto durante todos los años que llevaba viniendo a ese lugar. Pero, aunque giró rápidamente la vista, no pudo ver qué era lo que se había movido entre la espesura.

Dos días más tarde lo volvió a ver, esta vez al otro lado del río, mientras llenaba la cantimplora en un remanso de aguas claras. Un destello de luz le llamó la atención, haciendo que se ocultará tras las raíces de un tronco caído en la corriente. Y entonces la vio: una joven de larga cabellera, vestida con el atuendo típico de verano de todo adolescente, camiseta y pantalón corto, bajaba a lavar unos utensilios de cocina, el reflejo del sol en el metal había sido lo que había llamado su atención. Turistas. Ruido. Basura. Compañía. Regresó a su cabaña mascullando entre dientes…

Sin embargo, no sintió nada durante los siguientes días, su vida siguió siendo soledad y silencio. Continuó comprobando sus trampas todas las mañanas, recolectando setas y bayas, cortando leña para calentarse en las noches, observando el atardecer desde la puerta de su cabaña, sujetando su vieja pipa de cazoleta mientras el humo del tabaco ahuyentaba los mosquitos, dejando que los sonidos de la naturaleza llenasen su alma y su cuerpo.

Una mañana, mientras revisaba los lazos y cepos que colocaba en las sendas del bosque, sintió cómo los pelos de su nuca se erizaban, y tuvo la sensación de ser observado, de que otros ojos le estaban mirando. Sacando su cuchillo de caza se volvió lentamente, preparado, dispuesto a luchar con aquello que le vigilaba. Ella estaba sentada sobre uno de los grandes troncos caídos, arboles ya cubiertos de musgo y líquenes, las piernas torneadas y morenas colgando, descalza, con los brazos cruzados sobre su pecho y mirándole divertida.

Irritado, iba a guardar el cuchillo y mostrar su más pura máscara de loco del bosque cuando algo en los ojos de color musgo de ella le atrapó. Mientras ella seguía subida en el tocón, balanceando las piernas, se acercó hablando en voz baja, y preguntándole quién era, qué hacía en el bosque sola, dónde estaba su campamento. La claridad de su risa le sorprendió, le recordó la risa de un niño cuando recibe un juguete nuevo, pura felicidad, e instintivamente se relajó.

Ella ahora sonreía, haciéndole sentir tosco y bárbaro, con sus ropas sucias y sudadas, su barba sin arreglar, sus ademanes bruscos… Intentó hablarle con palabras suaves, melodiosas, inseguro sobre si ella entendería su idioma. Seguía sin contestarle, pero su sonrisa de dientes blanquísimos le animaba a continuar. Ella cambió de postura, bajando del tronco caído y acercándose a él, y pudo vislumbrar la blancura de sus pechos a través de la camisa desabotonada…

Pudo sentir cómo el deseo apareció y creció, llevaba varias semanas sin estar con una mujer, y la figura de la joven le atraía. Con frases y palabras en voz baja continuaba acercándose a ella, mientras ella caminaba despacio hacia él, siempre sonriendo, prometiendo, haciendo que su deseo aumentase a cada paso. Su piel morena en los brazos y piernas contrastaba con la blancura del inicio de sus pechos, sus manos finas acariciaban su pelo, en un ritual de cortejo tan antiguo como la humanidad.

Cuando estuvo a su lado se dio cuenta de que aún no había escuchado una sola palabra suya, sólo el sonido de su risa, clara y franca. La miró a los ojos, sorprendido por el efecto de la luz sobre ellos, ahora del color de la pizarra que cubría el techo de su cabaña, ahora con reflejos dorados como peces en un estanque… Extendió la mano hacia la suya, y se sorprendió de su ternura y fuerza cuando sus dedos se entrelazaron con los suyos, de su ansía cuando la atrajo hacia sí, de la promesa que su cuerpo y su boca le hacían…

Notaba como su deseo crecía mientras acercaba sus labios a los suyos, que respondieron inmediatamente al beso, haciendo que sus dedos se entrelazaran con más fuerza aún, mientras ella se apretaba contra su cuerpo, con una fuerza inusitada, y le abrazaba, atrayéndole aún más hacia ella. Sus labios abandonaron su boca, recorriendo su cuello, bajando por su pecho, mientras él se embriagaba con el aroma de su pelo: tierra húmeda, frutos frescos, hojas, sol, vida…

Apenas sintió sus dientes sobre las venas de su cuello, ni cómo la vida le abandonaba por ellas. Su mente estaba concentrada en el éxtasis, en el inmenso deseo que sentía, en la culminación del mismo. Un segundo antes de perder la consciencia y la vida recordó lo que le había dicho el anterior dueño de la cabaña, un viejo montañés loco que se suicidó al día siguiente: “no somos los cazadores, sino los cazados”. Abrió los ojos un instante, y vio los de ella, rojos como un lago de sangre, que observaban su muerte y su terror, mientras caía por ese precipicio que antes desconocía….

1 comentario:

Candas dijo...

"... Aprendiendo como bailar bajo la lluvia..."