miércoles, septiembre 14, 2011

Háblame de tus abrazos

Encontré el lugar que buscaba poco antes del anochecer. Las noches son frescas en esta época del año, así que debía darme prisa en montar el refugio y la tienda. Por experiencias anteriores sabía que tendría estar al menos un par de días oculto antes de que el bosque se acomodara a mi presencia, y resultara invisible para animales y ojos no entrenados.

Terminé de montar la tienda con las últimas luces y la cubrí con ramas frescas de pino, que la impregnarían de su resina y ayudarían a camuflar el olor del plástico y la tela tratada. Con las manos heladas, abrí un sobre de sopa y lo eché en el cacillo que estaba ya hirviendo en el pequeño infiernillo de gas, que sería mi única cocina durante las próximas semanas.

No me importaba días oculto y encerrado. Soy cazador profesional y esto son gajes del oficio. Tenía suficiente comida envasada y cerca de mi posición había un riachuelo de aguas claras, había tenido la precaución de echar una botella de vino, por si acaso quería tomar una copa. Durante el día permanecía en el interior de mi escondite, observando a través de los agujeros que había dejado en la cubierta de ramas, mientras a mi alrededor los animales se acostumbraban a la nueva distribución de troncos y hojas que había dispuesto.

Por las noches abría un poco la tienda, dejando que el aire recalentado saliera y se ventilara, mientras yo observaba el cielo nocturno. Las luces del norte iluminaban las noches sin luna, dándome un espectáculo que para sí quisieran muchos de mis congéneres, allá en las ciudades del sur. Esta era la parte más hermosa de mi trabajo, las noches claras llenas de estrellas, descansar con un vaso de vino en la mano, mientras a mi alrededor la vida del bosque continuaba sin notar mi presencia.

Pasaban los días y mi presa no aparecía. Yo había escogido el lugar sabiendo que en la zona se habían visto ejemplares recientemente y, conociendo sus costumbres, sabía que tarde o temprano aparecerían por allí: los helechos cubrían gran parte del suelo, había árboles centenarios en esa parte del bosque, con sus ramas creando un gran dosel verde que hacía que la luz del sol tardase en penetrar hasta las zonas inferiores. A unos metros había una pequeña hondonada, de donde surgía un regato de aguas claras, con su líquido borboteando desde las profundidades para aparecer entre un pequeño lecho de arenas y hojas. Debían venir.

Una tarde, cuando ya la oscuridad estaba cubriendo esa parte de la zona, y cuando ya comenzaba a desesperar de encontrar a mi presa, escuché un chasquido cerca de la fuente. Con cuidado, y procurando que mis ropas no hiciesen ruido, me incorporé hasta poder observar por uno de los agujeros camuflados entre las ramas. ¡Allí estaba! un magnifico ejemplar estaba paseando cerca del arroyo, quedando su silueta a contraluz con los últimos rayos del sol.

Alcancé mi arma con un rápido movimiento y me la acomodé en el hombro, intentando que mi agitada respiración no alertase al animal. Con la mira nocturna enfoqué hacia su espalda, para no desperdiciar el tiro sedante que lo convertiría en mi pieza, y esperé hasta que estuvo en la posición precisa. ¡PAM!

El tiro había sido certero, como casi siempre. La bestia se quedó de pie un segundo, como sorprendida por el ruido del disparo, y al instante después yacía en el suelo del bosque. Esperé unos momentos, sin bajar el arma, atento a cualquier otro movimiento que pudiera surgir en el bosque, mientras se acallaban los gritos de los pájaros asustados por el ruido.

Cuando estuve convencido de que no habría sorpresas, bajé el rifle y salí de la tienda, acercándome al cuerpo inerte que estaba a unos metros. era un espécimen de primera, estaba seguro de que me darían mucho dinero en la ciudad: estaba tumbada sobre un costado, pero se veía que era pequeña, no tendría más de 140 cm de largo, con unas largas y torneadas piernas, y una inmensa cabellera pelirroja que le cubría parte del cuerpo desnudo. Al girarla para comprobar su estado no pude menos que maravillarme de su belleza, de la blancura de su piel, la perfección de sus rasgos, sus ojos verdes…

Pensé que era una pena que esta nereida fuera a parar a algún zoo privado, pero qué diablos, era mi trabajo.

1 comentario:

Candas dijo...

LA DE CAL:

Un pequeño favor a tus lectores/as: queremos continuación a este mágnifico relato!

LA DE ARENA:

Por lo que no merece tan pésima redacción: tirón de orejas!!