jueves, abril 04, 2013

El molino

Hoy no he hecho mi paseo siguiendo el camino fluvial como de costumbre, sino que me he desviado por un oculto sendero entre cañas y piedras que conduce a un antiguo molino, ahora ya en ruinas. La industria, esa gran benefactora de la humanidad, hace tiempo ya que acabó con los molinos locales, con esas pequeñas empresas que pasaban de padres a hijos y en los que el cargo no era solo un trabajo sino que también constituía un estatus entre los lugareños, el molinero, ese espécimen siempre entre ricos y pobres, famoso a veces por su codicia y otras por su parentela...

Pero me estoy desviando del tema. El caso es que el molino del lugar se encuentra en ruinas, apenas cuatro paredes mal sujetas por las lianas y los hongos, que sobreviven a la humedad que sube del río mientras las maderas del techo se van pudriendo lentamente.

Me gusta este camino. Queda lejos del ajetreo del paseo fluvial, escondido para la mayoría de los transeúntes, más proclives a sentarse en los bancos y lugares para jolgorio dispuestos por el ayuntamiento que a bajar durante unos cientos de metros entre la vegetación de la ribera para encontrar un lugar tranquilo donde poder pensar.

Mientras observo por enésima vez las raíces de la vieja higuera hundirse entre las rocas del lecho del arroyo, y hacer así un pequeño puente entre el agua y el cielo, enciendo un cigarrillo y aspiro el humo con placer. Siento como recorre mi garganta para ir a depositarse en mis pulmones, para luego hacer el camino inverso y salir por mi nariz. Cuanta ceniza habré creado ya. Llevo fumando desde los quince años, primero aquella picadura asquerosa que hacíamos recogiendo colillas y desliando el poco tabaco que quedaba. Luego los fieles celtas y bisontes, hasta que llegué a tener suficiente dinero como para comprar americano, y así hasta ahora...

Ha parado la lluvia. Los verdes quedan luminosos cuando se asoma ligeramente el sol, las pequeñas gotas que quedan en las hojas parecen diamantes según cómo les llegue la luz. Vuelven a cantar los pájaros y el rumor del arroyo ya no se confunde con el tiptap de la lluvia sobre las hojas y el suelo. Desde mi escondite, al abrigo del soportal de una puerta, milagrosamente en pie, puedo dejar volar mi imaginación y ver todo como antaño fue: los carros con el trigo y el centeno en sacos bajando por el camino que es ahora apenas una trocha para animales, el bullicio a la entrada del molino, cuando el molinero llegaba para negociar la maquila, mientras los carreteros aprovechaban para aliviarse al lado del río, el olor a harina y a pan recién horneado que salía de la casa, el polvillo blanco que se detectaba en el aire apenas se entraba en la vivienda, la humedad del cauce y el estanque que todo lo impregnaba...

Abro los ojos cuando un reactor pasa por el cielo, atronando y recordándome que el tiempo ha pasado, que ahora todo es distinto, que mi hombro se queja por llevar mucho tiempo apoyado contar la fría piedra, que las rodillas me arderán esta noche después del esfuerzo a que las someto subiendo y bajando esa cuesta, que mis ojos lagrimean porque no te he podido ver en mi ensueño, limpia y lozana, como aquella primera vez en nuestros años mozos...

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