martes, noviembre 09, 2010

Un trocito de antes (y I)

Al hombre le gustaba la compañía de Lumia. Habían pasado varias semanas desde el accidente, y la muchacha estaba completamente restablecida. Lo que inicialmente había sido una presentación de cortesía, para interesarse por la salud de la pequeña, se convirtieron en visitas cada vez más frecuentes a la casa solariega. El hombre había descubierto una rara afinidad con la niña, y un torrente de recuerdos compartidos con el abuelo. Con el anciano el hombre hablaba de tiempos pasados, de otros momentos en la historia del pueblo que ya pocos recordaban o querían recordar: los años difíciles tras la gran catátrofe de los años veinte, el recuerdo de los emigrados a otros países, los largos inviernos de posguerra, con el maquis a la puerta y la represión en la ventana...


También recordaban viejas tradiciones ahora ya perdidas o en desuso: hablaban de cómo los monaguillos corrían por el pueblo vestidos de diablos en vísperas de Semana Santa, de las fiestas de la Lumbrinaria y sus bailes, donde mozos y mozas podían conocerse y de los que salieron muchos matrimonios; de los añojos en Nochevieja, de las fiestas de verano en la Gargantiella...

Pero lo que más le gustaba al hombre era hablar con Lumia. La muchacha sabía interpretar sus silencios y escuchaba atentamente sus palabras; hablaban largas horas, la mayoría de las veces de temas intrancesdentes, banales, pero entre los cuales se iban intercambiando pequeños trozos de sus almas. Con el tiempo, y la mejoría de Lumia y el clima, comenzaron a dar pequeños paseos, al principio con la compañía de la abuela o el abuelo; en esos paseos, Lumia dejaba el protagonismo a los recuerdos de sus mayores, y escuchaba afablemente sus conversaciones. Poco a poco sus abuelos empezaron a quedarse rezagados, y ahora la mayoría de las veces paseaban solos los dos, hablando, escuchando, muchas veces sentados en una piedra bajo un roble, viendo como la tarde iba dando paso al ocaso. A la muchacha no le aburrían estos silencios en su compañero: sabía que acabarían con una historia de otras ciudades, otros paisajes, o con un recuerdo de la infancia del hombre. La forma en que este lo contaba, y su imaginación, la permitían por unos minutos perderse en esos otros horizontes, volviendo al presente con la mirada arrebolada, no se sabía si por el atardecer o por los sueños que tenía.

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