sábado, noviembre 13, 2010

Un trocito de antes (y II)

Estos paseos a solas levantaban muchos murmullos entre los vecinos. El hecho de que el hombre fuera soltero, y, sobre todo, la gran diferencia de edad, escandalizaban a muchas beatas y a no menos jóvenes, que veían como un posible partido quedaba fuera del escenario. Con el tiempo los rumores llegaron a los oídos del abuelo de Lumia, que decidió hablar con el hombre.


Fue una conversación tensa, pero cordial. El abuelo no dudaba de las buenas intenciones del hombre, pero quería preservar el buen nombre de Lumia de ser pasto de las habladurías del pueblo, y el hombre había vivido demasiado para esperar otro comportamiento de sus vecinos, la mayoría gente anclada en el pasado, y a quienes asustaban los cambios que estaban llegando a Algerna.

A resultas de esta conversación, el hombre desapareció durante una temporada de Algerna. Nadie excepto la tía Tomasa, siempre espiando lo que ocurría en la vieja casona, le dio mayor importancia. El verano había llegado, y con él el regreso de muchos de los que estaban estudiando o trabajando lejos del pueblo, las fiestas locales se volvieron a celebrar con vaquilla, bailes, peregrinación a la ermita del santo, romería y fuegos de artificio.

Gracias a estas distracciones Lumia terminó su convalecencia. Los recuerdos de la muerte de sus padres aún la atormentaban algunas noches, con pesadillas en las que despertaba gritando y empapada en sudor frío, pero el cariño de sus abuelos y los largos paseos por el bosque devolvieron el color a sus mejillas y el aliento a su alma herida.

Echaba de menos al hombre. Sus recuerdos e historias le habían ayudado a recuperar la ilusión y las ganas de vivir: su mente se perdía viviendo el atardecer en las islas del Pacífico Sur, mientras tus pies cuelgan de un acantilado de vértigo, las largas y blancas arenas de las bahías cubanas se mezclaban con las arenas del desierto mientras el Nilo se deslizaba a sus pies… En sus historias se entremezclaban gentes de todas las razas y países: los obsequiosos árabes tomaban café con las bellas mulatas del Caribe, mientras los jinetes patagónicos conversaban con mujeres de ojos rasgados…

Sin embargo, la naturaleza y la vitalidad de sus 13 años hicieron que ese verano participara de su primer baile, compartiera la romería con unos primos lejanos, sentados bajo un alcornoque, y se emocionara con unas vecinas mientras los mozos hacían quites a la vaquilla, entre otras ocupaciones veraniegas.

2 comentarios:

Candas dijo...

Yo también echo de menos al hombre...

Por cierto, ¿para cuando un nombre para él?...

Teo dijo...

Cuando lo sueñe