sábado, abril 09, 2011

Para mi corazón basta tu pecho

“… se encuentra firmando en nuestra librería, en la planta baja.”

A Daniela le sorprendió escuchar el nombre. Había ido a los grandes almacenes un poco a pasar el rato, realmente no necesitaba nada, pero siempre le había gustado curiosear por los distintos departamentos, y hoy el día aconsejaba estar a cubierto. El cielo plomizo y el viento no invitaban a pasar la tarde en el exterior.

Escuchó por segunda vez, para comprobar que no se había equivocado. Su mente retrocedió 15 años, a sus primeros años de universidad. Allí le conoció, en un foro sobre literatura romántica al que una de sus amigas le invitó, un joven de su misma edad, con ganas de ser escritor. Fue un flechazo. ¡Tenían tanto en común! Ella fue la destinataria de sus primeros escritos, torpes intentos de poesía que sin embargo le hicieron la mujer más feliz del mundo. Ella criticaba sus primeros intentos, le aportaba ideas, se embelesaba con su forma de escribir, de hablar. Durante el resto del curso estuvieron cogidos de la mano: conferencias, tardes en la biblioteca, salidas al cine, a bailar…

Sin saber cómo, Daniela se encontró en la sección de librería, sus pasos la habían llevado hasta allí de forma inconsciente. Cerca de la caja principal habían dispuesto una mesa con un tapete rojo, sobre la que había una pequeña pila de libros, seguramente dispuestos para la firma. Él estaba sentado, con un traje gris, sin corbata (nunca le gustaron), el pelo corto, inclinado hacia delante; una jovencita se encontraba en ese momento presentándole un libro, seguramente pidiendo el autógrafo del autor.

Terminó el curso y se separaron, para pasar el verano en compañía de sus familias. Durante las primeras semanas se escribieron con regularidad, manteniendo el contacto; las cartas de él eran declaraciones de amor, cada vez más elaboradas, cada vez más apasionadas. Pero poco antes del otoño Daniela sufrió un accidente, que le impidió empezar el curso académico en las fechas normales. Él no fue a visitarla, y en las pocas semanas que duró su convalecencia sus cartas fueron cada vez menos frecuentes y efusivas. Sus amigas no querían hablar de él, cuándo ella les preguntaba. Al volver finalmente a las clases, pasadas las fiestas de Navidad, Daniela fue en su busca. Le encontró en la cafetería de la facultad, de la mano de una muchacha rubia que le miraba embelesada, mientras él le hablaba con pasión. Lloró durante todo el trimestre, y solo gracias a la ayuda de sus amigas pudo recuperarse y volver a disfrutar la vida.

Los años habían sido buenos con él. Se le veía fuerte y saludable, el pelo quizás un poco escaso, tal vez por eso lo llevaba muy corto, lejos ya de las melenas estudiantiles. Ya no llevaba aquellas horribles gafas de pasta (Daniela recordó la primera vez que se las quitó para mirarla). Mientras se colocaba en la cola para la firma, Daniela pudo comprobar que la mayoría de sus lectores eran jóvenes adolescentes, en parejas o acompañadas de sus madres, claramente excitadas por la posibilidad de la dedicatoria.

Se había licenciado y empezado a trabajar en un bufete, como secretaría. Allí conoció a un hombre bueno, con el que se casó y tuvo una hija. Ahora era una señora casada, y le había olvidado por completo. Hasta que una tarde, en una de sus librerías favoritas, una portada le llamó la atención, y al leer el nombre del autor su cerebro recuperó todas las memorias olvidadas. Compró el libro y esa misma noche lo empezó. No estaba mal, era una historia un tanto manida, chico encuentra chica, chica deja chico, chico recupera a chica. Sin embargo, se notaba en las palabras y en la forma de combinarlas que el autor era capaz de cosas mejores.

A partir de entonces, le siguió la pista. Supo (y leyó) de sus obras posteriores, ya más adultas, de sus colaboraciones con periódicos… Cuando una de sus novelas fue llevada al cine, escuchó una entrevista suya en la radio del coche, mientras viajaba de camino a una cita con un cliente. Oír su voz le provocó una dulce nostalgia, que ante su marido ocultó con una excusa cualquiera.

No era una sesión de firmas común. Daniela observó como él dedicaba un tiempo a hablar y preguntar a cada una de sus jóvenes fans, intentando que el momento fuera agradable para todos. Su sonrisa no había perdido la calidez con la que la recordaba, y sus manos conversaban mientras hablaba con las jóvenes.

Llegó su momento. Estaba muy nerviosa. Se acercó a la mesa, intentando que no le temblaran las piernas, adelantando el libro con una mano, mientras con la otra sujetaba su bolso contra su costado, tal vez para que el corazón no le saltara del pecho.

Hola
Hola, cómo estás
Me encanta como escribes
Muchas gracias, ¿a quién dedico el libro?
A Daniela.

Mientras intercambiaban estas frases ella le observaba, vigilando su mirada mientras veía cosas que no había percibido en la distancia de la fila: ligeras arrugas en sus ojos y frente, una lejana cicatriz en la comisura de sus labios, canas en su cabello. Su mano, que había empezado a escribir en la primera página del libro, se detuvo al escuchar su nombre. Levantó su mirada y los ojos de ambos se encontraron por un momento

¿Daniela?
Sí, solo Daniela
¿Quién es? ¿Tu hija?
Sí, es mi hija.

Fueron tal vez dos segundos, pero Daniela creyó percibir en los ojos de él un atisbo de reconocimiento, y por un instante, su cara se relajó y se transformo en el rostro de aquel otro escritor al que había amado en su juventud. Solo un instante. En seguida, el bajó la mirada y con un trazo seguro y elegante terminó la dedicatoria, cerró el libro, y se lo entregó.

Espero que le guste
Muchas gracias, yo…

No pudo seguir. Él ya había desviado la mirada hacia la siguiente persona de la fila, indicando que su turno había terminado. Daniela se retiró, caminando hacia la salida, con la cabeza llena de pensamientos, de sentimientos, de cierta melancolía que se le pasó inmediatamente al llegar a su casa. Allí le esperaba su hija, y pronto olvidó el incidente.

Un par de días más tarde encontró el libro en el asiento del coche, donde lo había dejado. En la portada aparecía un faro sobre un gran peñasco en medio del océano, con olas batiendo contra su torre, que iluminaba a lo lejos. “Amor a distancia”. Lo abrió. En la primera página, con una letra alargada y elegante aparecía la dedicatoria:

Para Daniela, luz de mi juventud…

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