viernes, abril 22, 2011

Quiero beber de tu boca

La noche me envuelve. Hace rato que se apagaron las luces, y las estrellas brillan más que en ninguna otra noche que recuerde, dejando entrar la claridad por la ventana. Me envuelvo en la manta y me levanto de la cama. Salgo al exterior. Miro al cielo. No reconozco las constelaciones, es un cielo extraño para mí, pero muy hermoso. Hace frío, debería haber traído una chaqueta. El frescor nocturno me despeja la cabeza, me ayuda a eliminar preocupaciones, a dejar de sentir, mientras levanto la vista y permito que la luz de millones de puntos me llegue y me sane.

Me tumbo al lado de la piscina, el rumor del agua me recuerda al de los arroyos de mi juventud, a las fuentes que manaban de las rocas, a vida y luz. Cierro los ojos y me veo de nuevo en esos lugares, con la hierba alta y fresca, mariposas volando sobre los prados llenos de flores, el aire pasando entre los pinos, miles de insectos viviendo, y yo tumbado observando el color de una flor.

Vuelvo a la habitación. Mis ojos se han acostumbrado a la oscuridad, y con la luz de las estrellas veo el contorno de la cama, la silla en la que deje mi ropa en la tarde, la maleta con la que vinimos. Me acerco sin hacer ruido, el suelo de piedra está frio, pero no lo siento. Te veo dormida, con una mano apoyada sobre la almohada, las piernas flexionadas, respirando tranquilamente.

Recuerdo tus ojos hace apenas unas horas, mientras hablábamos, mientras nuestras manos mantenían una conversación sin nuestro conocimiento, más sincera, mostrando nuestros sentimientos, sin miedos. Recuerdo el sabor de tus lágrimas cuando las besé, el olor de tu pelo cuando enterraste tu cabeza en mi pecho, la expresión de tu rostro cuando entraba en ti…

Ahora duermes en paz, ¿qué sueñas? ¿Estoy yo en tus sueños?

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