miércoles, octubre 20, 2010

Brillando en el olvido

Subió su menudo cuerpo a la cama. A pesar de los años, no había cambiado nada: su pelo, negro y rebelde, aún lo llevaba muy corto, enmarcando un rostro tierno en el que sobresalían dos grandes ojos castaños y unos labios finos. Seguía teniendo un aspecto frágil, que no congeniaba bien con el fuego y la pasión que ardía en su interior, como bien sabían sus conocidos. Mientras sus ojos reían y le regalaba alguna sonrisa, sus manos, de elegantes y delicados dedos, jugueteaban con su pecho.

Se habían conocido en la universidad, durante el primer año de estudios: ella se sentó a su lado el primer día de clases, y mantuvo ese sitio durante los siguientes meses. Las conversaciones surgieron naturalmente, dos jóvenes ansiosos de aprender, palabras que se fueron haciendo cada vez más y más íntimas, más largas, hasta que se dieron cuenta de que los estudios, las clases, el mundo, habían quedado en un segundo lugar y solo estaban ellos dos.

Al principio se separaban y se encontraban a la entrada de la facultad: él venía de las afueras, vivía en una pensión con otros estudiantes de provincias; ella vivía con sus padres y hermanos en una casa en el barrio alto, cerca de la Universidad. Luego él encontró un camino que le ahorraba tiempo (o eso dijo, mientras ella admitía coqueta la mentira) y que les permitía seguir juntos hasta el metro. Las distancias se alargaban, muchas veces el camino pasaba por el pequeño bosquecillo cercano al Hospital, donde permanecían sentados en el césped, en un banco, hablando, acariciándose, haciendo planes para el futuro...

Ese futuro no llegó. Él no consiguió aprobar los exámenes y sus padres, contrariados, le inscribieron en un espartano centro donde permaneció todo el verano. Ella tuvo que marchar con su familia, y al cabo de unas semanas, le comunicó que había recibido una oferta de estudios en el extranjero muy buena, que volvería pronto, escríbeme...

El tiempo y el olvido llegaron de la mano, cada uno enfrascado en su pequeño mundo. No volvió a saber de ella hasta aquel congreso. Al verla sintió como su corazón se calentaba. Estaba sola. "Hola, ¿te acuerdas de mi? Cuanto tiempo" El brillo en sus ojos le contestó. Hablaron, hablaron y el mundo se difuminó de nuevo, las arrugas desaparecieron, y el sol volvió a brillar en aquella brumosa mañana.

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