domingo, octubre 03, 2010

La casa de las tres calles

La casa había sido una de las primeras de la era moderna de Algena, con recias vigas de madera de roble y muros de más de medio metro de pizarra y adobe que la protegían del frio y la refrescaban en verano; gracias a la orografía del pueblo, sus cuatro plantas tenían salida a tres calles diferentes, lo que la hacía únca. En la planta baja se encontraba el establo, donde se guardaban las cabras cada anochecer; una habitación en la primera planta permitñia acceder a la bodega, donde se almacenaba el aceite, el vino, el queso y otros viveres que permitían mantener a la numerosa familia durante los largos meses de invierno.

En la primera planta, que hacía las veces de planta noble al encontrarse al nivel de la calle principal, había un salón que se usaba durante los meses de verano, con unos enormes y recargados sillones de mimbre que la abuela trajo como dote de Cuba; en esa sala estaba el único retrato de los abuelos, él con la camisa blanca impoluta, chaqueta de pana y sombrero de ala ancha, mirando al frente, con una media sonrisa; ella de riguroso negro, con el pelo canoso recogido en un moño y con la vista perdida en el horizonte, tal vez recordando los sonidos de su Cienfuegos querido.

En ese piso estaba la habitación de verano de los abuelos, un cuarto luminoso y ventilado, con una hermosa vista de la plaza y la iglesia, y un pequeño salón con balcón en el que se hacía la vida cotidiana en los meses de más calor.

La segunda planta sólo se habitaba a partir del mes de octubre, y se abandonaba con los primeros compases de abril. En ella estaba la chimenea, que daba calor a una pequeña pieza que hacía las veces de cocina y salón, y alrededor de la cual se disponían los dormitorios; en un ala aparte se hallaba el dormitorio de invitados, en el que dormían los hijos mayores cuando venían de visita, y que ocuparon los hermanos de la abuela durante un tiempo, tras el desastre. tenía una sala en la que a la abuela le gustaba pasar las tardes de invierno, sentada al sol y protegida del viento, mientras contemplaba la vida pasar por las calles del pueblo.

Finalmente, el piso superior, al que se llegaba por una estrecha escalera en uno de los laterales de la cocina, se dedicaba a leñera y trastero; los chicos pocas veces subían allí, y cuando lo hacían era sólo para bajar un par de troncos para avivar el fuego o  trozos de la carne que se ahumaba con las filtraciones del tiro de la chimenea.

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