sábado, octubre 16, 2010

Murmullo de ojalás

Buen conversador, el doctor hacía rato que había perdido las palabras. El hombre había llegado a su puerta de madrugada, con la niña en brazos y pidiendo su ayuda. De joven, el doctor había ejercido en un pueblo del norte, y de inmediato se temió lo peor; pero una mirada a los ojos del hombre le hizo cambiar de opinión y preguntar qué había sucedido. El hombre había encontrado a la niña durante uno de sus paseos nocturnos por la fraga, caída y medio enterrada en el hoyo producido por un árbol derrumbado; al intentar ayudarla a salir, la niña se había desmayado y el hombre consideró lo mejor llevarla a su casa. No conocía a la muchacha, y eso era raro, ya que llevaba varios años en el pueblo, y prácticamente todos sus habitantes habían pasado por su consulta en alguna ocasión.

La llevaron al dormitorio y el doctor la examinó con cuidado. Tenía muchos arañazos y posiblemente alguna costilla rota, pero todo parecía estar en su sitio. Su señora le ayudó a desvestirla y lavarla, para después aplicar un vendaje compresivo en torno al pecho y sanar los arañazos más graves. Durante todo el proceso la niña no abrió los ojos, aunque se quejó quedamente cuando le comprimieron las costillas al vendarlas.

Mientras tanto el hombre permaneció en la sala, tomando un café que le llevó la mujer del médico, perdido en sus propios pensamientos. No podía olvidar el rostro de la muchacha al verlo; la luna le permitió con claridad ver sus ojos, la forma de su nariz, el pelo enmarañado que le cubría parte de la cara. Seguía viendo esas facciones cuando salió el doctor y le comunicó el estado de la niña. Reposo y sueño fue la receta.

Al cabo de un rato, el doctor se preparó para visitar al cura. "Tal vez él la conozca" sugirió. El hombre le pidió permiso para permanecer a los pies de la cama de la muchacha, al menos hasta que despertará o supieran de su familia. "¿Por qué?" preguntó el médico. "Me recuerda a una hija que perdí en un sueño" fue la respuesta.

No hay comentarios: