miércoles, noviembre 10, 2010

Enterrando los besos regalados

Salgo a la noche, con la cabeza llena de humo y dolor. No entiendo lo que ha pasado, por qué ella me ha dejado. Sus palabras aún resuenan en mi mente, que intenta encontrar un sentido oculto que les quite su peso, el furioso sentimiento que me está llenando: “No me llames, me he enamorado de otro”

Siento la rabia subir por mi pecho, inundar mi corazón. La dejo fluir, no me opongo, mis pasos se aceleran, busco un lugar solitario, quiero estar lejos de la gente, mis puños se cierran, las palabras vuelan en mi cabeza, invento insultos nuevos, intento que las lágrimas se lleven mi dolor…

Y grito. Grito a la soledad que se acerca, grito a los recuerdos, a los besos compartidos, a la suavidad de sus labios, de sus pechos. Grito su nombre, la insulto, la golpeo con mis pies, con mis manos, con mi cuerpo. Me muevo deprisa, corro, fuerzo mi cuerpo, necesito liberar esta angustia, no puedo contener mis sentimientos, golpeo las ramas de los árboles, las papeleras, las farolas.

Los pocos paseantes que encuentro me miran asustados, otro loco, otro drogadicto con el mono. Un grupo de jóvenes en un banco me señalan. No les veo, mi mundo se reduce a un estrecho pasillo, apenas veo por donde voy, mi mente confusa, con el recuerdo del día anterior, con sus besos, y con el sonido de su voz en el teléfono: “Me he enamorado de otro”

Finalmente, agotado emocionalmente, me siento en un banco. Me sueno la nariz, y aquieto mi corazón. Se acabó. Medito, pienso en el pasado, mientras siguen brotando las lágrimas de mis ojos, ahora de forma serena, calma. No tengo sitio más que para el dolor de la desilusión, y la tristeza, cuando me doy cuenta de que hace ya mucho que la había perdido.