domingo, noviembre 07, 2010

L'arrivée a l'école

Noventa y cinco, con las de la mano, ¡otra que hemos ganado!, terminó Marcial, para regocijo de don Gonzalo. Esa tarde se les estaba dando bien, y estaban en una buena racha.

¡Coño, don Manuel, a ver si me ayuda en algo alguna vez! saltó Críspulo, al mismo tiempo le hacía señas a Paco para que le sirviera otro vino, el quinto de la tarde. No le gustaba perder, especialmente cuando el dinero era suyo, y esa tarde parecía que la pareja con don Manuel no le estaba saliendo nada rentable.

Buenos días, dijo el hombre al entrar en el bar. No era un cliente habitual, pero se había acostumbrado a tomar un vino en el mirador, antes de salir a caminar por los alrededores en su peregrinar diario. Paco, el camarero, era de las pocas personas del pueblo que no le haría preguntas y le dejaría en su mundo. Se dirigió su rincón habitual, una mesa junto a la chimenea y cerca de los ventanales, cálida en invierno y fresca en verano. Al poco rato llegó Paco con su bebida, un vaso de vino de la tierra, de la propia cosecha del propietario: fuerte, de aromas intensos, un vino para tomar con tranquilidad, como le gustaba al hombre.

El ruido de la partida quedó pronto amortiguado en su mente por los recuerdos y ensoñaciones. Observando la umbría ladera del valle, recordaba otros vinos y otros bares, más caros pero quizás no tan diferentes. Volvía a ver las escaleras de la Basilique, y a su amor sentada en ellas, con esa coquetería que solo las mujeres francesas tienen. Su mente volaba observando los prados del otro lado del valle, y recordaba sus primeros escarceos amorosos, el olor de la hierba recién cortada, el frescor de las siestas bajos los castaños. El vuelo de las palomas sobre el pueblo le llevaba a otros paisajes urbanos, dónde el trópico se encuentra dentro de la sangre de las gentes, y de ahí al mar, siempre el mar, la claridad de las aguas de su niñez, el empuje contra su joven cuerpo...

¿Perdón? dijo, al darse cuenta que el ruido de la partida había cesado y se habían dirigido a él.

Le preguntaba si esta noche también encontrará a una joven perdida, repitió Crìspulo, muy divertido con su propia broma, a pesar de las miradas poco alegres de don Manuel y Paco. Parece que son su especialidad.

Las risas no hicieron mella en el hombre. Perdida su ventana al pasado, se terminó el vaso de vino, se levantó despacio y acercándose a la barra pagó su consumición a Paco, que le miraba como queriendo pedir perdón por esa intromisión en su rutina.

¿No nos va a contestar, caballero? ¿Tal vez tema que le robemos la pieza? siguió el joven dandy, envalentonado por el vino y el silencio de sus compañeros de partida.

No, joven. Sé que sus gustos siempre han ido en otra dirección, respondió con calma el hombre, despidiendose de Paco y saliendo tranquilamente por la puerta.

¿Cómo? ¿Pero qué se ha creído ese hijo de su madre? ¡Le voy a partir la cara! dijo Críspulo, intentando levantarse de la silla, y tropezando consigo mismo, mientras Gonzalo y Marcial procurabam calmarlo.

Aquí el único que parte cosas soy yo, dijo Paco, saliendo de la barra. Ea, vayan pagando sus cuentas que tengo que cerrar.

¡Pero si son solo las ocho! replicó Marcial, que quería proseguir con su racha de buena suerte.

Es igual, yo mañana tengo que madrugar, que yo sí ganó el pan con el sudor de mi frente, no como los señoritos, sentenció Paco, comenzando a retirar vasos y cartas, y apagando luces innecesarias. ¡Debería darles verguenza, meterse con ese hombre! murmuró por lo bajo.

1 comentario:

Candas dijo...

No veo "bicho" alguno...
Si acaso, algún "pequeño insecto", inofensivo, sin ánimo de picar a nadie...