miércoles, octubre 19, 2011

Una lágrima negra

“Quiero que me guíes hasta las tierras altas del este y me ayudes a encontrar algo que perdí.”

Ya había un buen montón de jarras de cerveza en nuestra mesa. La pistola seguía a mi alcance, pero necesitaba las dos manos para poder agarrar mi vaso, mientras ella permanecía tan fresca y lúcida como cuando se sentó en mi mesa, ya hacía un par de horas.

“¿Las tierras altas? ¡Tú estás loca!” El tono de mi voz no dejaba lugar a dudas sobre mi opinión acerca de esa idea. Por un instante, sus ojos relampaguearon con furia y tome nota mental de que no debía seguir bebiendo si quería sobrevivir a esa noche.

“Puede. Pero tengo que ir, y me han dicho que tú eres el único que puede llevarme con garantías.”

Eso era cierto. Sólo había dos hombres que habían conseguido volver con vida de aquella región y el otro ya no recordaba ni como atarse el cinturón. Pero no era un viaje que me gustaría repetir, si podía evitarlo. “Y tengo con qué pagarte” dijo, dejando caer sobre la mesa una reluciente moneda.

Hasta el momento habíamos pasado relativamente desapercibidos. Desde su entrada, Pandora había dejado bien claro que no le gustaba que la molestasen, y los parroquianos del Pireás sabían entender una indirecta como los mejores. Pero el sonido de esa moneda acalló de repente todos los murmullos y conversaciones, y un pesado silencio se impuso en el local. Sabía que todas las miradas estaban ahora puestas en nuestro rincón, podía sentir la codicia de varios cerebros en nuestra dirección.

No me hacía falta mirar la moneda para saber por qué. El oro divino era escaso y esa moneda tenía toda la pinta de haber salido de las fraguas del mismo Hefesto. Conocía gente que daría la mitad de su alma y todo su cuerpo por una de esas monedas, añadiendo a su familia como regalo. Durante la guerra vi atrocidades sin nombre impulsadas por ese oro…

“No me interesa el oro” dije, y el murmullo que se escuchó en la sala me convenció de que todos estaban ahora escuchando nuestra conversación, algunos ya miraban directamente a nuestra mesa, sin ocultar su codicia. La situación se estaba tornando peligrosa. No dudaba que Pandora podría ocuparse de dos o tres de los matones que había en el bar, y yo podría hacer otro tanto, pero eran demasiados para nosotros, y no convenía tomar riesgos. Sacando unas monedas de mi propio bolsillo las tiré sobre la mesa y le devolví la suya a Pandora.

“Será mejor que nos vayamos ahora” dije, sin comprender la divertida mirada de la mujer, que sin embargo se levantó y me acompañó fuera, antes de que ninguno de los presentes tuviera valor suficiente para intentar una locura.

1 comentario:

Candas dijo...

"And then a hero comes along
With the strength to carry on
And you cast your fears aside
And you know you can survive..."