martes, octubre 11, 2011

Viento de ser y recuperar el aliento

Antonio se consideraba una persona afortunada. Trabajaba en una de las mejores zapaterías de la ciudad, justo en el centro de la calle Comercial, y tras varios años de duro trabajo se había convertido en el encargado de la planta de señoras. Tony, como le llamaban sus clientas, era un hombre todavía apuesto: cuarenta y pocos años, alto, con una espesa mata de pelo negro, en la que algunas canas le daban una especial distinción, un cuerpo bien cuidado a base de gimnasio y rayos UVA, al que acompañaba una gran capacidad para hablar y entretener a las mujeres, como las chicas de la planta de hombres sabían bien.

Esa mañana las ventas estaban un poco flojas. Ya había terminado la temporada de rebajas, y aún no había comenzado la fiebre de compras navideñas, por lo que los dependientes que no atendían a las escasas clientas pasaban el rato hablando o haciendo inventario. Antonio estaba repasando los números del día anterior cuando la vio entrar. Una mujer elegantemente vestida, con una falda negra que embutía sus caderas y sus largas piernas, subidas sobre unos finos tacones. Una simple mirada le hizo cerrar los libros, ante el asombro de su segundo, y ajustarse el nudo de la corbata mientras se acercaba hacia la dama con su mejor sonrisa.

¿En que puedo ayudarla, señora?, dijo con la mejor de sus sonrisas.

Quisiera unos zapatos, negros, para una ocasión especial.

Tony comenzó a hacer preguntas, al mismo tiempo que iba mentalmente repasando las existencias, hasta que creyó encontrar algo que podría ser lo que quería la clienta. Mientras, no podía dejar de admirar las bien torneadas piernas que se dejaban adivinar más allá de la tela de la falda, ni la poderosa cadera, y de pronto se descubrió mirando descaradamente a la mujer, observando la fina línea de sus cejas, estudiando sus ojos color avellana, admirando el perfil de su nariz y mentón, la finura de su cuello, el exquisito tono de piel que se dejaba adivinar entre los botones de su blusa…

Antonio se consideraba a sí mismo un admirador de la belleza, y esa mujer era indudablemente hermosa. Al regresar con algunos modelos para que la señora se probase, se la encontró ya sentada en uno de los cómodos sillones de prueba que tenía la tienda, en uno de los rincones más discretos, esperando, sonriéndole cuando él le hablaba y le elogiaba la calidad del calzado que iba a presentarle, mientras sus ojos buscaban los suyos. Él se arrodilló a sus pies, y con delicadeza le quitó uno de los zapatos, notando con agitación el tacto de su piel. Le sorprendió que ella le permitiera hacer, sin cambiar su sonrisa ni molestarse.

Tiene usted unos pies muy bellos, señora, pocas veces tenemos la oportunidad de calzar algo tan hermoso.

Ella se rió ante la galantería, aunque Tony sabía que le había gustado. Había acertado, y el zapato entró como un guante en ese pie pequeño y bien formado. Cuando la mujer levantó la pierna para verse, tuvo una fugaz visión de sus muslos, de su continuación e interior, un atisbo de oscuridad… No pudo evitarlo. Sus pupilas se agrandaron y se perdieron en ese punto, atónito al no ver prenda alguna, y por una vez en su vida se quedó sin palabras, casi petrificado, mientras la mujer seguía admirando la forma y levantando la pierna un poco más, juguetona e incitante. Con un gran esfuerzo de voluntad, Antonio pudo volver la mirada hacia el rostro de su clienta, y el corazón se le aceleró en ese mismo instante: la mujer no contemplaba su pie sino que le miraba a él con una expresión entre picara y lujuriosa, divertida y azorada a la vez, manteniendo la pierna en alto y tal vez separándola un poco más, para que la luz entrase en esa zona prohibida.

No supo cómo ocurrió, pero sintió como sus manos tomaban vida propia y se dedicaban a acariciar esas maravillosas piernas, mientras su dueña cerraba los ojos placenteramente. Sus suaves manos, acostumbradas al trato femenino, rozaban la tersa piel de sus muslos, mientras él no dejaba de observar sus reacciones. La zona interior de los muslos de la mujer le volvía loco, podía sentir el tacto sedoso de la epidermis, notando al mismo tiempo como su excitación iba en aumento.

Sus labios besaban ya las piernas de esa mujer, incapaz de contenerse, mientras sus dedos subían hacia ese refugio de placer que deseaba alcanzar. Ella seguía con los ojos cerrados, pero sus ligeras contracciones le hacían saber que estaba en el camino correcto. Podía sentir el olor y el sabor de esas piernas, el tono dorado de su piel, había ya perdido la noción de espacio y tiempo cuando finalmente su boca llegó al centro de la mujer, que respondió con un gemido mientras sus manos se aferraban a los brazos del sillón.

La lengua de Tony comenzó a moverse mientras sus sentidos se embriagaban, su excitación había crecido hasta hacerse casi dolorosa, sentía la seda de los muslos de la clienta a su alrededor, el calor que emanaba de su sexo le estaba haciendo enloquecer, no podía despegar su boca, mientras escuchaba sus gemidos, cada vez más rápidos, más profundos, hasta que en un espasmo final notó como todo su cuerpo se arqueaba para ofrecerle el premio a su esfuerzo mientras sus labios formaban palabras inconexas por el placer…

Con un último beso Tony se levantó y tomó la mano de aquella mujer que ahora estaba agotada y satisfecha en uno de los sillones de la tienda, notando el anillo dorado que portaba en uno de sus dedos, y con delicadeza beso la palma de sus manos, para luego depositar un suave beso en los labios, que fue respondido con una sonrisa de satisfacción y una mirada de amor.

Me encanta que vengas a buscarme al trabajo, mi amor, dame cinco minutos y nos vamos a comer.

Ella pasó su mano por la mejilla del hombre, ese hombre que le había conquistado años atrás y del que seguía enamorada, sonriendo y sabiendo que el sentimiento era mutuo. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encantó, aunque me sorprendió el final, esperaba más pasión.