viernes, octubre 15, 2010

Atardecer de gorriones

Mi ciudad es un pequeño lugar de provincias, con un pasado glorioso y un presente y futuro incierto. Es un lugar cuyo corazón se derrumba mientras sus suburbios crecen, un sitio en el que unas pocas decenas de miles de personas viven, sueñan y anhelan.

Mi ciudad tiene muchos parques y plazas, restos de un ayer más próspero, en los que los jóvenes se reunen y relacionan. Los gorriones de fin de semana se juntan en lugares conocidos, ellas con vestimentas más cortas de lo que sus padres desearían, ellos con la última combinación que vieron en la televisión. Quieren dejar su infancia atrás lo antes posible, sin darse cuenta de que la añorarán en unos pocos años.

Mi ciudad es distinta al resto. Paseando por sus calles verás padres paseando con sus hijos, colegiales con las carteras rellenas de saber, pero no de conocimiento; los bebes rubios y felices salen cada día a la pasarela de la plaza, mientras los fines de semana el desfile de modelos se desplaza por toda la ciudad. El funcionario sale a tomar su café, el empleado a fumar su cigarro, el jefe a sus reuniones, la señora al supermercado, a la tintorería...

Mi ciudad es un lugar de clase media. No verás obreros en camiseta vagando a la salida del centro comercial, no encontrarás a marginados sociales durmiendo en los bancos o cubiertos de cartones en los portales. Todo parece limpio y bien educado, ausentes los graffitis de las paredes de los edificios públicos. Las iglesias, esparcidas por toda la población como setas de un hongo gigantesco, están medio vacías el fin de semana, solas el resto del tiempo.

Sin embargo, si miras mucho tiempo a mi ciudad encontrarás la otra cara de nuestro tiempo. La inmigrante que cada día hace el mismo recorrido pidiendo limosna; esa otra que va paseando al perro y a los gemelos, mientras su señora está en la peluquería comentando las revistas; el grupo que duerme en casas desahuciadas, malviviendo entre dosis.

Verás también a la pareja de escolares que caminan de la mano, comunicándose con ese tacto especial que da el amor cuando es primero; al abuelo caminando detrás de la nieta y agachándose a cada minuto para evitar que sus primeros pasos sean sus primeras caídas; a la familia que trabaja, y ríe al acabar la jornada, cansados y satisfechos.

1 comentario:

Candas dijo...

Tu ciudad querido Teo, es otra ciudad cualquiera...