domingo, marzo 20, 2011

Major dreams, minor lies

Me siento frente a la máquina de escribir y miro a la hoja en blanco, como esperando ver aparecer escenas y personajes que se escriben por sí solos. Enciendo un cigarrillo mientras distraigo mi mirada por la ventana, observando cómo surge la luna detrás de las casas de la urbanización, grande, redonda y amarilla, y la veo limpiarse las legañas conforme sube por su trayecto diario.

La gente piensa que el oficio de escritor es sencillo: te pones a escribir y te salen los relatos como churros, uno detrás de otro, todos de excelente calidad. Solo aquellos que se han puesto son capaces de imaginar la cantidad de trabajo que requiere: encontrar la idea, pasarla a papel, revisarla, cambiarla, volverla a revisar, almacenarla unas semanas para que coja cuerpo, volverla a revisar, cambiarla de nuevo, pulirla, ponerle un vestido limpio y lanzarla al mundo, a que se prostituya por unas cuantas monedas… Pocas son las que finalmente encuentran un partido, un editor que les pone un piso y las retira; algunas, encuentran muchos admiradores, y son un motivo de orgullo para sus padres, pero la mayoría permanece en el olvido del mundo, mientras sus progenitores, los escritores, se preguntan en qué fallaron…

Esta noche no me encuentro inspirado en absoluto. El humo del cigarrillo no me trae recuerdos de otros lugares, como antaño, y la luna no me sugiere exóticas playas llenas de arena blanca, aguas turquesas y palmeras. La gente que pasea por la calle no me atrae lo suficiente como para inventarles una historia, tal vez esa pareja que se está haciendo arrumacos en el banco del parque, exponiéndose a que venga un guardia y les llame la atención por escándalo púbico.

Esta noche las musas me han puesto los cuernos, no encuentro ese 10% de inspiración que dicen que es el porcentaje del éxito. Y sin embargo, sigo aquí, frente a la hoja en blanco, que me mira burlona, fumando cigarrillo tras cigarrillo, intentando que mi mente se encienda, que surja la idea madre, de la que saldrá una nueva historia, nuevos personajes con los que jugaré hasta que estén crecidos, hasta que sean ellos lo que lleven el rumbo de la historia y yo un mero relator.

Veo las luces del edificio de enfrente apagarse una tras otra, hasta que solo queda una luz en el quinto, tal vez un estudiante preparando unas oposiciones, o quizás un enfermo al que velan unos parientes venidos expresamente para eso. Hace ya un rato que he decidido pasar a mayores y me he servido una copa de coñac, lo tengo para los casos desesperados, cuando mis meninges están tan secas que necesitan un cierto grado de alcohol para encenderse. Pero no parece haber surtido efecto, porque la hoja permanece en blanco.

Escucho a lo lejos la sirena de la policía, que me trae nítida el fresco aire de la noche. Tal vez estén persiguiendo a alguien, o quizás corran en auxilio de alguna persona desesperada. Veo pasar a lo lejos algunos automóviles, llevando a sus casas a gente que está deseando descansar, terminar la jornada; o, por el contrario, a gente que está empezando un nuevo día, de trabajo y sudor.

La luz del sol me hiere los ojos. He pasado otra noche en blanco, sin poder escribir una sola palabra, tal vez equivoqué el oficio, no parece que tenga madera de escritor…

1 comentario:

Candas dijo...

"... enseña tus heridas, y así las curarás, que sepa el mundo entero que tu voz guarda un secreto.."