miércoles, enero 04, 2012

Ritos de pasaje (I)

Después de algunos días de descanso, completamente repuestos del cansancio del viaje, y con nuestro vestuario adecuadamente adaptado a la moda imperante, nos dirigimos a la Gran Escalinata, con intención de llegar a los niveles superiores de la ciudad. 

La zona urbana de Kadath está dividida en una parte baja, cercana al muelle y las laderas de la montaña, formada por un conglomerado de casas, posadas y fábricas, y una parte alta, sobre los inmensos contrafuertes que caracterizan a la ciudad desde lejos, en la que se encuentran los edificios administrativos y las casas de la gente rica. En medio, kilómetros y kilómetros de cuevas e inmensas habitaciones que se internan en la montaña, protegidas por los varios metros de grosor pétreo de pilares y murallas, con apenas algunas ventanas al exterior, y que forman realmente el corazón de la ciudad: graneros, almacenes, centrales de energía, hospitales, depósitos de agua y combustible, armerías… 

Cruzando todo ello, uniendo la parte alta y la baja, hay varias hileras de escalones, tramos de escaleras que pueden llegar a medir cientos de metros, algunos con una pendiente mortal, otros casi planos. La mayor de todas es la Gran Escalinata, miles de peldaños que suben ininterrumpidamente desde los muelles hasta la plaza central en la zona, sede de los edificios administrativos del Consejo. Posadas, vendedores, aguadores, comerciantes, profetas varios, en cada parada o tramo llano de la escalinata se agolpaba la gente, descansando de la subida o simplemente mirando el espectáculo. Allí nos dirigimos ese día con el fin de realizar los trámites que nos permitirían obtener el salvoconducto para continuar viaje.

Pandora se había puesto especialmente elegante para la ocasión. Sobre un vestido de lino blanco, entallado mediante el gran cinturón con el que la conocí, se había puesto una capa de terciopelo purpura, ribeteada con pieles de armiño blanco. Una sencilla diadema dorada se confundía con su pelo, recogido en un moño por unos prendedores de marfil y plata. Su apostura y forma de caminar levantaban las miradas y comentarios conforme íbamos subiendo los escalones. Yo me conformé con una sencilla chaqueta de cuero sobre una camisa roja con botones de hueso de unicornio, con mi pantalón de viaje limpio y planchado y unas lustrosas botas de piel de camello.

En algunos tramos especialmente empinados hay grupos de porteadores que permitían que los ancianos o los muy perezosos subieran cómodamente sentados en unas sillas de mimbre llevadas por un par de musculosos jóvenes. Con el fin de llegar lo más descansados posible, alquilamos una de estas sillas dobles para ascender los últimos tramos, llegando al final de la escalinata poco antes del mediodía. Habíamos subido un espacio de unos seiscientos metros en caída vertical en poco más de tres horas.

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