sábado, enero 28, 2012

Ritos de pasaje (II)

La gran explanada frente al Palacio de Gobierno era un lugar bastante frío y poco acogedor. La altura, combinada con el viento helado que llega desde los picos nevados, hacen que los visitantes y peticionarios no estén mucho tiempo en ella. Por eso, el Consejo de la ciudad no se ha gastado mucho en adornarla. Apenas unos muros de mármol, para evitar caídas no deseadas, y un suelo desigual, que impide los resbalones debidos al hielo. Los funcionarios y otros trabajadores del Palacio llegan a él a través de caminos internos, cubiertos y vedados a los extranjeros. Se dice que a los antiguos gobernantes les divertía dejar en la explanada a aquellos a los que no querían recibir: o morían congelados o se retiraban sin ser recibidos…

Una vez entramos en el edificio todo cambió. Frente a la austeridad de la explanada encontramos lujo y ostentación, donde el exterior era frío y ventoso, el interior del Palacio era cálido y en ocasiones sofocante. Un sistema de canales de agua caliente circulaba bajo el suelo de pizarra, calentando las piedras y el ambiente. La sala de espera era una gran estancia abovedada, con dos hileras de columnas a los lados que soportaban un nivel superior, solo accesible a los iniciados; un ingenioso sistema de espejos hacía que la luz que entraba a través de pequeñas claraboyas en el techo se multiplique y aumente, dejando muy pocos espacios en sombra en la sala, y haciéndola acogedora como un mercado al aire libre.

Cuando llegamos, la habitación estaba llena de personajes diversos: comerciantes en busca de nuevos negocios, o deseando aumentar los existentes; monjes de túnicas azafrán que querían consultar la inmensa biblioteca de la ciudad; guardias recorriendo todo el recinto, ojo avizor ante comportamientos extraños; administrativos y correos, siempre con prisa y sin atender peticiones de información; un par de mujeres elegantemente vestidas, esposas o hijas de notables de la ciudad a juzgar por su comportamiento altivo… Muchos de ellos paseaban bajo los arcos laterales, comentando las noticias locales, o simplemente intentando averiguar algo que les fuera de provecho.

Nuestra entrada no suscito mayor interés, excepto el de algunos hombres que miraron admirativamente a Pandora por unos instantes, antes de volver a sus propios asuntos. Una vez hubimos declarado nuestros nombres, rango e intenciones al ujier de la entrada, nos dispusimos a pasar un rato de espera. Pandora tomó asiento en uno de los bancos, y casi inmediatamente comenzó a hablar con uno de los monjes, en una conversación animada y amable. Yo preferí caminar por la sala, buscando viejos conocidos o simplemente admirando su construcción.

Una de las pocas zonas sombrías tenía una puerta frente a la que montaban guardia dos lanceros en traje ceremonial. Mi experiencia me avisó que, aunque vestidos muy guapos con trajes de cuero y lana de colores, aquellos hombres no eran un simple adorno, sino perfectas máquinas de matar. Aquella puerta era una de las que daba acceso a una de las salas más protegidas de toda la ciudad, la Cámara de los Oráculos, donde jóvenes doncellas, seleccionadas desde la infancia en todo el continente por sus dotes especiales, vivían y atendían las peticiones de información del Consejo. Se decía que la prosperidad de la ciudad se debía a sus predicciones, que habían logrado que Kadath hubiera sobrevivido a guerras, maldiciones, terremotos y la ira de los dioses. El secreto, se contaba en susurros en las posadas del puerto, era un vapor procedente de pétalos blancos de la hierba cintoria, recogidos y procesados en determinada fecha.

Junto a la puerta se hallaba un hombre alto, con una capa gris que le cubría por completo, el pelo, negro pero con abundantes hebras de plata, largo y sujeto en una coleta por un anillo de cobre. Estaba apoyado en una de las columnas, observando el infinito, como si el murmullo de voces y el agobiante aire encerrado de la sala no fueran con él. Me llamó la atención inmediatamente, destacaba como una amapola en medio de un campo de trigo. Emanaba paz y tranquilidad, parecía estar aislado del resto del mundo, como si realmente no viviera en él sino que estuviera de paso. Entre tanto personaje de ciudad y petimetre, era como un soplo de aire del bosque primigenio, el aullido del lobo que llega en la noche…

Me acerqué a él para entablar conversación.

1 comentario:

Candas dijo...

La historia gana por momentos.

Últimamente me sucede, que noto que cada relato nuevo que leo de esta fantástica aventura es el mejor...