miércoles, enero 19, 2011

Paths to desire

Permaneció unos minutos mirando hacia el camino, como si esperase que el grupo volviera. El beso de Lumia le había provocado una especie de parálisis, su cerebro no acertaba a comunicarse con su cuerpo. Al cabo de un rato, prosiguió su camino con la cabeza llena de preguntas, de deseos, de esperanzas y miedos.

Consiguió llegar a su casa casi por instinto, ajeno a todo y todos durante el resto del trayecto. Una vez en su casa, Héctor se sentó en uno de los sillones de la biblioteca, intentando analizar lo sucedido. Aún podía sentir el suave contacto de sus labios, la presión contra su boca, recordaba como en un sueño haber notado que la joven cerró los ojos al besarle. Si cerraba los suyos, todavía creía oler el sutil perfume de su pelo.

La mañana pasó, y la tarde se consumió mientras permanecía sentado en la biblioteca, rememorando el instante, junto con todo lo que había pasado con esa joven: los sollozos en la noche en que se conocieron, sus sueños intranquilos durante la convalecencia, las noticias que le había dado Germán, su compañero de estudios, acerca de las razones del asesinato de sus padres, su autoimpuesto exilio… En esos meses, su pensamiento había ido más de una vez hacia la joven, aunque trató de ahogarlo en casi todos los licores conocidos.

Era noche cerrada cuando por fin se levantó, su cuerpo dolorido quejándose amargamente, y se dirigió a su habitación. Se desnudó fatigosamente, aún con los ojos llenos de ese instante que se empezaba a borrar por el uso, y se contempló en el espejo de cuerpo entero que cubría una de las paredes. Sus ojos, cansados y enrojecidos, le devolvieron la imagen de un hombre ya mayor, cercano a la derrota y con la mayor parte de sus sueños rotos. “No te hagas ilusiones, viejo”, le dijo, “dolerá menos.”

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