miércoles, enero 12, 2011

Buscando huellas de tu piel en mi piel

La habitación no era grande, pero estaba limpia. Apenas cuatro paredes con una cama, un velador, un par de sillas donde colgar la ropa, y un pequeño cuarto de baño adosado a un lateral. En el exterior de la única ventana la niebla cubría la ciudad, apagando el ruido de pasos y envolviendo a las farolas en un halo que no conseguía atravesar las hebras de vapor.

En la habitación, sobre la cama, un hombre pensaba tumbado sobre la cama, la mano cruzada bajo la cabeza y un pico de la sabana tapando su hombría, mientras escuchaba el sonido de la ducha correr. Gotas de sudor todavía perlaban su frente y su amplio pecho, mostrando señales del reciente coito.

Desde que había regresado a Algena, el hombre solía visitar una o dos veces al mes Casa Cocot, siempre a altas horas de la noche, aunque nunca había pretendido pasar desapercibido. La dueña, doña Águeda, le solía recibir en el salón principal, y, tras las primeras visitas, le obsequiaba con su conversación y una copa de brandy, regalo que muchos de los clientes habituales desdeñaban, presas del deseo frenético y culpable.

El hombre siempre conversaba con ella unos minutos, mientras una de las chicas se quedaba libre o se aseaba, y enseguida encontraron lugares comunes sobre los que intercambiar recuerdos y sensaciones: las noches de Paris, los baños en la playa de la Concha, las convulsiones y esperanzas de la II República… Estas conversaciones normalmente terminaban con la llegada de Clara o Irene, raramente Emilia, que acompañaban al hombre al piso superior, tras despedirse de doña Águeda educadamente.

A las chicas les gustaba el hombre. De hablar pausado y tranquilo, nunca las violentaba ni las trataba como objetos, como hacían muchos de sus clientes, acostumbrados o deseosos de poder dominar a una hembra, aunque tuvieran que pagar por ello. El hombre siempre era cortés con ellas, amable, y les pagaba generosamente, con un gesto que no resultaba ofensivo ni condescendiente. Tras el primer combate dominado por el deseo urgente, le gustaba permanecer en la cama largo tiempo, acompañado por ellas; era entonces cuando les hablaba de lugares lejanos, de tiempos pasados y evocaciones ya olvidadas, mientras ellas se acurrucaban junto a su cuerpo desnudo. Con el tiempo, ellas también compartieron parte de sus recuerdos con el hombre que las hacía sentir personas.

La ducha acababa de terminar su ronroneo y Emilia apareció por la puerta del cuarto de baño, sus formas juveniles contrastaban con la tristeza de sus ojos verdes mientras atravesaba desnuda la pequeña habitación y se recostaba junto al hombre, su delicada mano acariciando el velludo pecho aún húmedo. El hombre comenzó a hablar, y Emilia comenzó a soñar con sus palabras: visiones de un futuro mejor, más justo, de un porvenir donde el pasado no importase y solo se valorase a cada uno por su presente.

Al cabo de un rato, el hombre calló, girándose para mirarla a los ojos, al mismo tiempo que su mano se deslizaba por su costado. Sonrió, como si la viera por primera vez, y ella pudo ver en sus ojos el nacimiento de un deseo sereno y pleno, sin urgencias, y sonrió a su vez, bajando los ojos con una timidez desacostumbrada en ella. Las manos del hombre acariciaban su vientre, al mismo tiempo que sus labios recorrían su cuello, haciendo que Emilia sintiera su cálido aliento. El hombre no tenía prisa, y con suavidad empleó sus dedos, sus manos, sus labios, su lengua, sobre el cuerpo de la joven, hasta que Emilia comenzó a suspirar, primero, y luego a jadear con cada nuevo embate del hombre, arqueando su cuerpo en respuesta a sus hábiles dedos.

En el exterior la niebla escondía la ciudad, apagando los sonidos y reduciendo la luz de las farolas.

3 comentarios:

Candas dijo...

Me pregunto, si cambiaria mucho la forma de pensar que tiene Pandora sobre los hombres y el sexo si encontrase uno así... ;-)


PD: me acabo de enamorar.

Teo dijo...

Creí que ya estabas enamorada, Rosi

Candas dijo...

"Presupones mucho, querido"... ... ... ...