sábado, enero 08, 2011

Maitines

El viento sopla contra mi cara mientras me envuelvo más fuertemente con la capa, intentando conservar un poco de calor contra el ataque de las nubes. La noche es fría, desapacible, el cierzo sopla con fuerza, levantando aullidos y lamentos en las ramas y roquedos. A lo lejos veo las luces del pueblo, encaramado en su otero; pocas casas se ven iluminadas, y apenas algunas de las escasas farolas se ven por encima de la muralla. Una luz está subiendo por el camino, un punto blanco que aparece y desaparece contra la noche; será el médico, regresando de una emergencia en las aparcerías próximas.
Aspiro la humedad de la tierra mientras observo a las nubes correr por el cielo, enmarcadas por la luz de una luna que aparece y desaparece, como si jugara al escondite conmigo. Cuando alcanzo la cima del cerro aparecen algunas estrellas por el norte, presagio de una noche clara y fría.

Nadie me espera. Suelo venir aquí cuando necesito aclarar mis ideas, la soledad de la meseta castellana me ayuda a liberar mis pensamientos, normalmente enredados con tantas cosas que no puedo entender. A pesar de la temperatura y de la oscuridad, mi alma reconoce la belleza del momento: las lluvias de la tarde han limpiado la atmosfera del polvo levantado por la tormenta, y puedo ver la forma del pueblo silueteada por la luna, la iglesia de la Soledad dominante con su alto campanario, las torres de la muralla vigilantes sobre el camino por el que llega el viajero.

Desde aquí puedo ver mi casa y la ventana donde ella duerme, la imagino soñando con el hijo que crece en su vientre. ¿Me extrañará? ¿Sentirá mi ausencia? Recuerdo nuestra última conversación, el alcohol dominándome de nuevo, mis gritos, mis recriminaciones, las lágrimas que corrían por su cara, lágrimas de despecho y de odio, los reproches de los vecinos a la mañana siguiente, sus miradas críticas, el silencio de mis compañeros en la faena. Todo el pueblo sabía de nuestras desavenencias, de nuestras peleas, de mis borracheras. En alguna ocasión había llegado a casa y me había encontrado a don Froilán hablando con ella, negra sotana como negro cuervo, llenando su corazón y su cabeza con pensamientos en mi contra.

La noche avanza y mis ideas se aclaran, como esperaba. La luna ya luce grande, pronto será tiempo de siembra. Los campos necesitarán brazos que los abran, que los inseminen, que los preparen para dar sus frutos al hombre. Tal vez pueda encontrar trabajo en Medina, o unirme a los pastores que regresan a las dehesas, allí podría iniciar una nueva vida, lejos de habladurías y pasado.



Martín se levantó, recogió su hatillo con sus pocas pertenencias, una muda de ropa, algo de pan y queso duro para el camino, y se dirigió al Camino Real, alejándose del pueblo que le vio nacer y al que nunca más regresó.

2 comentarios:

Candas dijo...

Por qué tengo frio?
Por qué huelo la humedad de la tierra?
Por qué aprecio con tanta nitidez esas pocas estrellas q ya empiezan a aparecer entre las nubes?

Por qué Huelquen?... Por qué haces que mi alma también reconozca la belleza del momento?...

Teo dijo...

Porque está ahí para que tú la reconozcas