viernes, enero 14, 2011

Suave brisa de arboleda

A sus dieciséis años, Lumia era una muchacha de rara belleza. Tenía una nariz respingona y fina, enmarcada en un campo de pecas, que no lograban competir con sus grandes ojos castaños, siempre dispuestos a mostrar chispas de alegría, y una bonita sonrisa de dientes blancos que iluminaba su cara cuando aparecía, bastante frecuentemente. Sí, era cierto que no podía rivalizar con otras niñas del internado, como Clara Valduesa, con su larga melena rubia y aristocráticos ojos azules, el centro de atención en todas las actividades escolares, o con Rosa Campos, de la que se decía que tenía los pechos más grandes de todo el internado. Pero Lumia se encontraba a gusto con su cuerpo, y no participaba de los juegos de las otras niñas, pensados para cazar un marido rico o realizar un matrimonio de prestigio.

El internado del Sagrado Corazón había sido un convento en la segunda mitad del siglo XIX, y había ido decayendo hasta que la orden decidió habilitarlo como internado para señoritas después de la Guerra. En él se educaban las hijas de la nobleza regional, así como los retoños de los nuevos ricos creados por el estraperlo y el racionamiento. Las antiguas celdas de las monjas se habían habilitado y unido para crear salas de clase, de estudio, de costura, despachos para las hermanas, etc., pero los antiguos desvanes estaban prácticamente intactos: una gran habitación que recorría cada edificio de punta a punta, donde las lavanderas ponían la ropa a secar en los días de lluvia, y que también servía de almacén de trastos y palomar ocasional.

A Lumia le gustaba la buhardilla de su edificio, le gustaba pasar las horas muertas asomada al ventanuco que daba a la plaza de Armas, viendo pasar a la gente mientras el sol le calentaba el rostro. Le gustaba imaginar las vidas que llevarían los viandantes: aquel soldado de uniforme venía de las colonias, seguramente al encuentro de la novia que esperaba su regreso con ansiedad; aquel caballero que miraba el reloj estaba esperando un importante paquete de Madrid, con el que salvaría la honra de su amada; aquella pareja que paseaba por la plaza, seguidos a corta distancia por la madre de la muchacha, se amaban con locura, y esa misma noche se fugarían hacía Paris para vivir su amor sin tapujos.

Aquella tarde lluviosa las lecciones de francés no le interesaban lo más mínimo, y en cuanto pudo se escabullo hacia los trasteros subiendo las viejas escaleras de madera. Había que ser muy sigilosa, ya que los tablones estaban tan viejos que crujían al menor peso, y las monjas tenían muy buen oído. Una vez llegó al último piso se escabulló a través de una de las puertas y se dirigió a su lugar favorito, una habitación separada por dos tabiques del resto del desván, en la que las monjas guardaban repuestos de ropa de cama, y que tenía una ventana que daba a uno de los laterales de la plaza. La lluvia había dejado paso a una fina llovizna que caía sobre la ciudad, y algunos de los más osados ya no llevaban paraguas. Asomada a la ventana, Lumia podía ver casi toda la plaza, aunque tenía que tener cuidado si no quería que las gotas que caían desde el viejo vierteaguas de cinc, y que iban a morir a un pequeño charco entre las tejas de debajo del ventanuco, le mojasen el pelo negro, corto como le gustaba llevarlo.

Sin paseantes a los que observar, Lumia se contentó con mirar cómo iban creciendo y cayendo lentamente las gotas al charquito, y cómo rebotaban hasta formar una diminuta forma de campana, con su sonido característico al caer de nuevo. Era su último año en el internado, y en pocas semanas estaría de vuelta en Algena, con sus abuelo, con los estudios terminados y poco más que hace que esperar a que apareciera el hombre de sus sueños. Sin saber por qué, recordó una noche hacía ya varios años, en la que sus terrores la llevaron al bosque, y como una mano fuerte y delicada al mismo tiempo la sacó del olvido y la trajo de regreso. Sonrió, y el sol apareciendo entre las nubes iluminó su rostro como si estuviera esperando su sonrisa para salir a despedir la tarde.

1 comentario:

Candas dijo...

Es, como el buen vino cuando mejora con el tiempo... Por Dios, que delicia!!!.

Sigue!!!...